Se detuvo el reloj (El final de la historia de Jason)

Maritza Lizeth Félix

“Jason murió”, decía el mensaje de texto. Agradecí que me diera así la noticia, con palabras sin emoción, sin llanto, sin necesidad de abrazos, sin una cara triste de dos puntos y un paréntesis.

“Lo siento mucho, de verdad. Mi más sentido pésame”, fue lo mejor que puede contestar. Soy una mujer que vive de escribir, pero esa mañana me quedé sin palabras. Recurrí a lo más trillado, pero también lo más cierto: Lo siento, lo siento mucho, de verdad. No hay manera de aliviar el dolor de una madre; no hay una manera bonita de enfrentar la realidad antinatural de enterrar a un hijo.

Me escudé en el trabajo, en el tiempo o escribiendo de otros dolores ajenos; pero no pude evadir el encuentro. La mamá, a la que acompañé con letras y llamadas, necesitaba un hombro o un oído. Me llamó a la oficina una y otra vez hasta que coincidimos y me repitió lo que ya sabía pero que no quería oír: “Jason se nos fue, ya se me murió mi chiquito”.

No fui gran consuelo. Lloré como si el que se adelantó hubiera sido uno de los míos… y quizá lo fue. Desde que escribí su historia por primera vez, lo abracé casi literalmente a mi corazón. Lo recordaré como el niño vestido de blanco sosteniendo una vela en su primera comunión, con sus anteojos chuecos y su cabeza calva y su media sonrisa. No veo la necesidad de opacar su memoria con sus días malos, prefiero los matices grises porque el blanco y el negro no dan cabida al juego.

“Quise llamarla para darle las gracias”, dijo la señora Beatriz. Y lloramos juntas en un silencio que se convirtió en cómplice. No hubo necesidad de hablar, sabíamos que con esas lágrimas era también nuestra despedida, uno de esos “estaremos en contacto” que se repiten solo en raras ocasiones.

No fui al entierro y ni siquiera supe si hubo alguno.  Prefiero imaginar que Jason voló como ángel. Su mente estaba allá, solo faltaba que le siguiera su cuerpo, pero este espero paciente a que con despedidas alegres se le formaran las alas.

En paz descanses pequeñín. Te recordaremos siempre.