Maritza Lizeth Félix
Justo antes del partido de México contra Brasil en las Olimpiadas de 2012, todos nos pusimos la playera de la Selección; algunos se pintaron banderas en el rostro, se pusieron sus zarapes y sombreros y estaban listos para celebrar la medalla, no sabían si de oro o de plata, pero presea histórica al fin y al cabo. Estábamos listos para decir “ganamos”, si nos llevábamos la de Oro, o “perdieron”, si Brasil nos goleaba en la final. Es típico que nos agenciemos las victorias y que nos desliguemos en los fracasos.
La afición tenía las mismas dudas que esperanzas, pero los jugadores no titubearon por un instante; antes de que el árbitro diera el pitazo de inicio, ellos se veían ya vestidos con la bandera del águila y la serpiente, como mexicanos al grito de guerra, en el podio más alto de la ceremonia de premiación. Muchos de nosotros, sin embargo, estábamos detrás de las pantallas de televisión predispuestos a decir “jugamos como nunca y perdimos como siempre”… con ganas de callarnos la boca a nosotros mismos. Y así fue.
Esa mañana del 11 de agosto de 2012 saboreamos el triunfo. Nos encantó la emoción, la disfrutamos y nos quedamos con ganas de más. Le dimos un golazo al “ahí para la otra”; le ganamos el partido al “no se puede”. Y sin querer (o quizá con toda la intención), los jóvenes de la Selección Mexicana también nos metieron un gol como pueblo, porque le apostaron a la victoria, le apostaron al esfuerzo y al sacrificio… le apostaron al cambio.
Los futbolistas no solo golearon la portería contraria, patearon también el sentimiento de inferioridad, el conformismo y la culpa que se ha llevado por tantos años. Dejaron de cargar con pretextos para ponerse en el cuello medallas de oro olímpicas, demostrando que la historia no está escrita aún, que todavía podemos ser los protagonistas en muchos capítulos y que no hay nada de malo en disfrutar ser los primeros y los mejores.
Con su desempeño dentro de la cancha demostraron que los mexicanos sí sabemos patear ¡y bien!
Entre los muchos ejemplos que nos puso la Selección Mexicana hay uno que quisiera rescatar: el que ningún triunfo nos lo merecemos porque sí, que el mundo no nos debe nada y que todo tenemos que ganárnoslo con trabajo arduo. Las medallas de oro no crecen en los árboles, pero tampoco son imposibles de alcanzar.
Y las Olimpiadas se parecen mucho a la vida, solo que a algunos se nos va el tiempo entrenando y no descubrimos cuáles son las verdaderas oportunidades; otros ni siquiera empiezan la carrera, y algunos más se dan por vencidos en el primer tropiezo. Solo unos cuantos triunfan y es ahí, cuando han probado el triunfo, que ya no hay vuelta atrás: Estamos listos para partir plaza, ganar partidos, golear y subirnos y bajarnos de podio cuantas veces queramos, cargando en nuestro cuello, en los brazos o en el corazón, cuantas medallas queramos. Aunque se escuche trillado, cuando se ha alcanzado el triunfo, por mínimo que parezca, lo hemos logrado.
Pero esas medallas que apenas empezamos a conquistar en el terreno deportivo no hemos podido conseguirlas en el político. En particular creo que los mexicanos que vivimos en el extranjero, los latinos que llegamos a Estados Unidos con el sueño americano, y los hispanos que hemos crecido aquí por generaciones estamos ansiosos de sentir ese momento que te roba el aliento por la gran satisfacción.
El problema es que a diferencia del 11 de agosto, no sabemos cuál camiseta ponernos, incluso a veces no sabemos ni a qué equipo pertenecemos y no estoy hablando solo de partidos políticos. En muchas ocasiones le vamos a todos menos a nosotros mismos. Desestimamos nuestro poder, desajustamos nuestra brújula y nos quedamos en medio de la cancha sin saber a qué portería meter el gol y a cuál proteger como fieras.
Dejamos que los candidatos y los mismos partidos se conviertan en nuestros árbitros; permitimos que la propaganda nos saque las tarjetas rojas y amarillas si queremos pensar diferente y le damos paso a que sea la indiferencia quien determine el marcador final. Lo mismo aplica para las elecciones, para la participación cívica y social, que para nuestra vida diaria.
Es tiempo de darle un golazo del “ahí para la otra”, del “ahora me callo, mañana avanzo”, del “sí, patroncito”. Es tiempo de saber infiltrarnos en el terreno de campo y llegar hasta la portería del contrario para atacar y golear. Ya basta de autogoles; ya es hora de ponerle un alto en seco al fuera de lugar.
Enderecemos la brújula, unámonos en equipo y pongámonos la camiseta. Los latinos somos nuestra propia selección y tenemos muchas batallas como Olimpiadas en los que nos encantaría llevarnos la dorada. ¿Cuál playera te pondrás mañana?