De los dos lados de la frontera se clavan cruces en memoria de difuntos que quizá serán sepultados en el olvido y en el anonimato. La muerte no conoce fronteras, es más, se burla de ellas.
“La Catrina” ahora viaja armada de cuernos de chivo, cargada de bultos de marihuana y montada en 4×4 con llantas repletas de polvo blanco y heroína negra.
“La Calaca” ya no se viste de negro, usa la moda alterada, a veces trae uniforme de soldado o un agente norteamericano; es “buchona” y tentadora.
“La Parca” canta corridos prohibidos y se jacta de ser “la última sombra”, la jefa de jefas, la acelerada.
“La Huesuda” habla inglés y español, pero entiende mejor en billetes verdes.
Esa es la muerte la que en la guerra por el territorio se ha convertido en el común denominador. Es una muerte antinatural, que deja fríos los cuerpos que se ocultan y también congela la capacidad de sorpresa. Todos somos, de una forma u otra, sus cómplices.
Estados Unidos y México compartimos las cruces, los cuerpos y la culpa. Los enterramos y los ocultamos igual. Nos persignamos y nos echamos culpas. Señalamos con el dedo y nunca nos responsabilizamos. Hemos dejado que el crimen organizado, en cierta manera, nos soborne con el miedo.
Incluso hemos permitido que el capo se convierta en el ídolo del pueblo y las autoridades –las que aún no se corrompen- los traidores de la raza. Pero la línea entre lo bueno y lo malo es muy delgada y cruzarla, romperla o moverla es demasiado fácil.
Nuestros gobiernos también se han dejado sobornar, aunque estos no tanto por el miedo, sino por el poder. En lugar de enfrentar el problema se han convertido en parte de él. Con retórica y política se han lavado las manos. En las “altas esferas” debaten soluciones; en las “bajas”, se las arreglan a la malagueña. En las “altas esferas”, “La Catrina” sigue llegando con infartos y enfermedades; en las “bajas”, con ráfagas y granadas. En las “altas” se hacen sepelios; en las “bajas”, mantas para colgar los cuerpos. Existe una diferencia abismal, principalmente para los que estamos atrapados en medio.
Pero en esta lucha contra el narco como se le ha llamado en México o el eterno combate contra las drogas como se le ha titulado en los Estados Unidos, nadie sale ganando, solo ellos. Ellos son los que lucran con las armas; ellos son los que ganan con el miedo; ellos son los que venden, transportan o distribuyen drogas; ellos son los que aseguran sus puestos políticos vendiendo la promesa de una frontera segura donde ya no habrá más muertos; ellos son los que no le tienen miedo a la muerte, porque saben dónde ocultar los cuerpos: En ese desierto donde nosotros ya le hemos llamado el cementerio de sueños. Esta es la lucha de nunca acabar.
Pero nuestro cementerio ya se está llenando. Ahora, ¿dónde ocultamos los cuerpos? Porque los remordimientos, aún los traemos cargando.
Gracias por los comentarios recibidos. Veo que muchos coincidimos con el pensamiento que caminamos sobre esqueletos y remordimientos. Gracias por sus palabras 🙂