Una obscura Navidad

En esta Navidad más de 20 familias se vestirán de luto y cambiarán los villancicos por un minuto de silencio. En esta época en la que el mundo celebra, ellos estarán llorando. Sus seres queridos han muerto; los asesinaron. En la terrible masacre de Connecticut, 20 niños y 6 adultos murieron víctimas de un joven que se suicidó después de dispararles.

El motivo de su arranque de locura se lo llevó a la tumba. Nadie sabrá qué pasaba por su cabeza cuando jaló el gatillo; lo único que quedan son especulaciones… y dolor, mucho dolor.

Sin duda, esta Navidad será increíblemente difícil para los padres que a pesar de esperar un milagro tendrán que enterrar a sus hijos. Será dolorosa para las familias que también tendrán que darle el último adiós a los suyos. En sus casas no llegará Santa Claus cargado de juguetes y posiblemente no se escuchen risas al amanecer, porque todo es muy reciente, porque aunque la vida sigue es difícil dejar ir los recuerdos.

La muerte duele y mucho, pero el dolor se arraiga mucho más profundo cuando es antinatural. Llegará el consuelo y la resignación, pero no ya. Ahora se cuelgan en el arbolito las lágrimas y se decora el hogar con impotencia. ¿Por qué a ellos?, ¿por qué así? Solo Dios lo sabe.

Tragedias como esta reviven el debate de la portación de armas, del fácil acceso a ellas y los recovecos legales que autorizan su uso en los Estados Unidos. ¿Cuántas muertes más se necesitan para poner un alto?, ¿cuántas cruces más se necesitan en el cementerio para que las autoridades abran los ojos y el corazón?, ¿cuántas lágrimas más tienen rodar por mejillas que tiemblan de impotencia?

No estoy en contra de las armas… estoy en contra de quienes no saben ni tienen el cuidado de saber usarlas. Promuevo la paz, pero no estoy peleada con la realidad: vivimos en un mundo intoxicado de violencia, donde la indiferencia y la falta de sensibilización por el dolor ajeno se han vuelto la norma y no la excepción.

Tragedias como esta conmueven, pero ya no asustan; duelen, pero ya no sorprenden. ¡Qué triste!

Debemos retomar el debate de las armas, pero no de la manera en la que Washington propone, tampoco en la que extremistas exigen. No es posible negar todos los permisos, pero es justo que se presione por una reforma a las leyes para que restrinjan el uso y la portación de las armas. No todos deberían de tener y cargar una pistola –mucho menos aquellas personas con un desajuste emocional y psicológico-; esto es sentido común, esto es seguridad pública. Se debe de endurecer el proceso para la adquisición, portación y posesión de armas y obligar el entrenamiento, el examinar la competencia y la evaluación de las facultades mentales.

Lo hemos visto en muchas tragedias ya: un arma en las manos de un desequilibrado equivale a una sentencia de muerte. No es justo que más inocentes sigan pagando por el derecho de unos cuantos. Es indispensable actuar para evitar el luto; es imperante despertar al gobierno para mitigar el dolor de esos padres.

Las familias que ahora lloran a sus hijos, esposos, hermanos y amigos entienden esto, lo que no alcanzan a comprender es qué pasó ese día, porqué a ellos, porqué a los suyos, porqué así. Esta Navidad se ha enlutecido para ellos. Dios no se confunde ni se equivoca. Nosotros sí. Cuesta aceptarlo. ¿Cuándo llegará la resignación?

No hay palabras que ayuden a mitigar el dolor, no hay frases que puedan aliviar los corazones heridos. Solo queda esperar por el consuelo que eventualmente llegará como en cada muerte. Quedarán el recuerdo, el mal sabor y los sentimientos encontrados. Se pondrán una balanza dándole el contrapeso a las anécdotas, las historias y las lindas memorias. Cada una se inclinará a donde haya más peso.

Mientras tanto, ¿cómo se perdona?, ¿cómo se olvida?, ¿cómo se aprende?
Yo opino que con Dios… pero sé que no todos comparten mi credo.