Si lo maltratan, quéjese

-¿A dónde va?-, pregunta el oficial.

-Aquí, a Nogales de “carrerita”-.

-¿Qué trae de México?-, insiste.

-¡Nada!-, es la respuesta que damos la mayoría cuando vamos a cruzar la frontera a los Estados Unidos, al cabo que unos pocos tamales, queso y tortillas no son catalogados como contrabando.

–Su pasaporte-, ordena.

Sin dar tregua indaga sobre los permisos, el motivo del viaje y otros detalles de la visita. Esta historia se repite cientos de veces cada día en la frontera de Sonora-Arizona. Los que son considerados “viajeros confiables” se cuecen aparte.

Algunos agentes son amables; otros parecen estar siempre de mal pelo. Ser inspeccionado en la garita es como tirar una moneda al aire: nadie sabe si será cara alargada o la cruz de la desconfianza, como si hubieran sido ellos los que esperaron por horas en línea para cruzar al otro lado.

Desde que pasó la tragedia del 9/11 se han extremado las medidas de seguridad en la Unión Americana. Estados Unidos está secuestrado por una paranoia incontrolable; busca las amenazas incluso donde no las hay.

Es verdad que por ser una potencial mundial se ha convertido en el blanco de los ataques y a eso se le suma que siempre se involucra en los conflictos internacionales; por consiguiente, su lista de enemigos se sigue alargando. Pero el turista no es uno de ellos; incluso así, a veces es tratado casi como un terrorista, en la pasada.

El problema es que ante las malas caras, los comentarios ofensivos y la prepotencia de los agentes nadie se queja, cuando menos no con las autoridades. Se escuchan los ecos de las inconformidades en las pláticas con conocidos, los amigos y familiares… pero nadie levanta el teléfono para realizar un reporte, pocos piden hablar con el supervisor y muchos menos presentan una queja escrita. Por eso nadie les pone un alto y muchos de ellos se creen intocables.

Los mismos directivos de los puertos fronterizos, así como de la Patrulla Fronteriza, reconocen que tienen un problema con las actitudes y comportamientos de muchos oficiales. Les hace falta entrenamiento, se excusan, por la siempre culpable falta de presupuesto. Además, nadie se queja, entonces no hay consecuencias. Si los números reflejaran la molestia, otro gallo cantara.

De los 350 mil millones de viajeros que cruzan la frontera legalmente a los Estados Unidos cada año, solo unos cuantos cientos presentan reportes; de esas denuncias, desafortunadamente, la mayoría son ignoradas.

De enero de 2009 a enero de 2012 se presentaron 809 quejas de abuso contra patrulleros; de esas, solo 13 tuvieron consecuencias. El 40 % de los reportes fueron catalogados como “pendientes” y el resto probablemente aún no han sido sorteados. Según un estudio del Concilio Americano de Inmigración publicado en el 2014, el 97 % de las quejas quedaron sin acción.

Sin embargo, organizaciones a favor de los derechos humanos han tomado cartas en el asunto y esperan obligar a la dependencia federal a cambiar sus políticas y procedimientos. Estarán vigilantes de cada uno de los reportes que se someta en contra de los agentes, se trate de una mala cara o de un abuso físico. Así que si usted es víctima de cualquier tipo de maltrato, denúncielos. Su queja podría ayudara sentar un precedente y obligar al gobierno a destinar los recursos necesarios para capacitar a los agentes, principalmente a aquellos que están en contacto directo con el turista, el comerciante y el viajero residente.

Para tener más información de cómo presentar una denuncia ciudadana, visite la página de internet https://help.cbp.gov.