Celda 603: La agonía de un migrante

-Chayo, ¿estás dormida? Ya me van a pasar-.

Escuchó gritos de histeria: ‘el comandante, el comandante’. Eso fue lo único que pudo entender antes de que se cortara la llamada. Pasaron cinco minutos eternos. El teléfono volvió a sonar: era él.

-Me quieren matar… ¡el coyote me quiere matar!- exclamó el hombre. Se escuchaban pasos apresurados y su respiración se entrecortaba como siempre que corría. Chuy estaba en apuros, lo podía oír y sentir. La impotencia y el nerviosismo invadieron a Rosario. Sabía que su hermano estaba en la frontera de Sonora y Arizona, en un pueblo llamado Agua Prieta, y que esa noche intentaría cruzar el desierto. La tercera será la vencida, pensaba.

Otro grito y luego el silencio.

Era la noche del 15 de mayo de 2015. Muy lejos parecía estar el recuerdo de su celebración de cumpleaños; pero un par de días antes, José de Jesús Deniz Sahagún había llegado a los 31 en Jalisco, México, en la casa de sus padres. Terminó de empacar y se despidió de los suyos con un beso, un abrazo y muchas promesas. “Que la Virgen te guarde”, le dijeron sus padres, dándole la bendición. Tomó un vuelo a Hermosillo, Sonora, y del aeropuerto se lo llevaron a Agua Prieta. El coyote lo tenía todo listo: cruzarían en cuanto se pudiera.

-¡¿Por qué no vuelve a marcar?!- pensó Rosario. “Chayo”, como la llaman de cariño en la familia, estaba en Nevada. Se había puesto de acuerdo con José de Jesús para recogerlo en Phoenix cuando cruzara la frontera. Ella o quizá otro hermano lo llevaría después a encontrarse con sus tres hijos en Las Vegas. Pero parecía que los planes estaban cambiando: Después de esas llamadas, se sentía tan perdida como su hermano en el desierto.

El reporte de la Patrulla Fronteriza indica que el migrante José de Jesús Deniz Sahagún, originario de México, de 31 años, era “inadmisible a los Estados Unidos”. No tenía récord criminal, pero sí dos deportaciones: La primera fue salida voluntaria el 27 de septiembre de 2011 en Pine Valley, California; la segunda, el 18 de abril de 2013, una remoción inmediata desde Caléxico. Quizá la repatriación de ese mayo de 2015 también hubiera sido exprés, pero el hubiera no existe.

La noche del 15 de mayo, José de Jesús llegó histérico a la garita peatonal de Douglas pidiendo socorro. Dijo que el coyote lo quería matar. Estaba como enloquecido, y así lo anotaron los oficiales en su reporte. Lo pusieron en una celda de detención en lo que revisaban su expediente. Los patrulleros informaron que tenía arranques “extraños”. Insistía que los coyotes, los narcotraficantes y hasta la misma Patrulla Fronteriza querían acabar con su vida… y que tenía miedo, mucho miedo.

El expediente detalla que el detenido se golpeaba contra la pared y que se tiró de cabeza de una banca con la intención de quebrarse el cuello. Ese es el primer intento suicida registrado en el historial del reo.

El 17 de mayo, los agentes tuvieron que llevarlo al hospital en Tucson para que lo atendieran por lesiones presuntamente autoinfligidas. Le realizaron una evaluación física y lo dieron de alta: “Estable”, dice la orden médica, pero de las cuestiones de su mente, ¡nada!

Al día siguiente, alrededor de las 8:26 de la mañana, fue fichado en el Centro de Detención de Eloy. Seguía comportándose “raro”. Reportan que tenía ataques de histeria y actitudes violentas; después, se volvía a poner manso.

El fichaje

-¿Tienes miedo de que alguien te haga daño?- le preguntó la enfermera. Estaba siguiendo el protocolo.

-No- contestó.

-¿Sientes deseos de lastimarte?-.

-No- respondió.

La negativa bastó para que el personal del centro de detención de Eloy determinara que sus facultades mentales eran apropiadas para ser ingresado con los demás migrantes en la zona general. Esto, a pesar de que los agentes de la Patrulla Fronteriza les informaron a las enfermeras que había intentado suicidarse bajo su custodia, que traía un collarín y que probablemente necesitarían realizarle una evaluación psiquiátrica por sus constantes cambios de humor.

En el documento de ingreso a Eloy, una enfermera escribió que el detenido no tenía comportamientos anormales, como lo había estipulado el patrullero, pero recomendó una evaluación mental para el día siguiente por el presunto intento de suicidio bajo la supervisión de la Patrulla Fronteriza.

El personal omitió detallar que José de Jesús insistía que alguien lo quería matar y que confesó haberse tirado de la mesa para acabar con su vida; no quería que lo asesinaran. Pero, como se veía calmado, lo dejaron pasar.

Todo parecía rutina y el detenido hizo su primera petición.

-Quiero hacer una llamada- dijo.

No hay récord de que se le haya cumplido el derecho de una comunicación telefónica de tres minutos como lo marcan las políticas del centro de detención; pero tampoco hay documentos que demuestren lo contrario.

De un lado a otro

Lo pusieron en la celda 514 de la Unidad Delta. Duró muy poco. Pidió protección argumentando que temía por su vida y que sospechaba que su compañero de cuarto lo quería estrangular con un cable. A las 9:56 de la noche ya estaba en la unidad Echo en la celda 103. De este movimiento, no hay documentos.

El 19 de mayo, alrededor de las 6:00 de la mañana, se volvió a poner inquieto.

-Quiero hacer una llamada- exigió José de Jesús. Era la segunda vez que hacía esta petición.

Un guardia le acercó un teléfono.

Todavía no pasaba por orientación ni le asignaban el número de identificación personal que necesitaba para usar el sistema de comunicaciones. Quizá por eso no pudo comunicarse cuando presuntamente le llevaron el móvil. Quizá.

Los minutos transcurrieron y su desesperación aumentó. En menos de tres horas se registraron cuatro incidentes en los que se puso violento y tuvo que ser controlado con el uso de fuerza. Un análisis independiente del video de vigilancia del centro determinó que los métodos utilizados por los oficiales para someterlo estaban justificados y no hubo abuso. En cada caso, los encuentros escalaban a discusiones agresivas en cuestión de minutos.

Los implicados relatan que los detonantes de sus ataques de furia eran que presuntamente no le dejaban hablar con su abogado y temía que los documentos que había firmado un día durante su ingreso se trataran en realidad de una orden de deportación voluntaria; además, quería hablar con su familia.

Arremetió en contra de custodios, sargentos, trabajadores sociales y médicos. Nadie parecía calmarlo. Gritaba que lo iban a matar, que el cártel estaba tras él y que temía por su vida. Vociferaba en español e inglés, demostrando el idioma que había aprendido cuando vivía en Nevada con su familia.

-Help me, ayúdenme- gritaba cuando estaba tirado en el piso. –Quiero hablar con mi abogado- insistía.

Estaba agresivo y combativo.

Lo tuvieron que calmar para poder llevarlo en una silla de ruedas a la celda en la unidad Echo. Un doctor recomendó que lo pusieran en vigilancia por suicidio y que le dieran tranquilizantes. Pero José de Jesús lloró hasta calmarse.

-Quiero hacer una llamada- suplicó de nuevo.

El guardia le dijo que cuando se calmara y le quitaran las esposas, le prestaría el teléfono de la oficina médica.

-Sir, that phone doesn’t work, sir- le contestó en inglés.

Creyó que le ofrecía el mismo teléfono con el que no se había podido comunicar un par de horas antes. La discusión entre custodio y reo quedó grabada… no llegaron a un acuerdo.

Poco después, un doctor llegó a evaluarlo y le diagnosticó un desorden mental con alucinaciones. Ordenó que lo pusieran en aislamiento, que se tomaran todas las medidas de precaución, que le quitaran sábanas y colchones, y que lo vigilaran por posible suicidio. Les explicó a los guardias que no podían quitarle la mirada de encima.

A las enfermeras les indicó que acudieran a la celda cada 8 horas y que le dieran dos medicamentos para tranquilizarlo y controlar otros síntomas mayores. Les dijo que se los metieran a la fuerza de ser necesario… que le dieran una dosis inmediatamente y otra en la noche. Ya era casi el mediodía.

Al hoyo

Se necesitó un escuadrón de cinco para trasladar a José de Jesús a la unidad Bravo, mejor conocida como “el hoyo”; los oficiales temían por su seguridad tras los incidentes violentos de la mañana. Lo llevaron cargando. Forcejeó y se volvió a poner violento, y así –agresivo, combativo y desafiante- a las 12:00 del mediodía llegó a la celda 603: las cuatro paredes de su agonía.

Seguía vulnerable y violento. Le tuvieron que cortar la ropa para poder meterlo en un traje contra suicidios. Todo a la fuerza. En las muñecas le quedaron las marcas de las esposas. Después de un rato, solo se puso sereno.

A la 1:21 de la tarde se volvió a acabar la paz. En el video de vigilancia de la unidad Bravo se ve cómo llegan oficiales a su celda. Al parecer, José de Jesús estaba golpeando su cabeza contra el lavabo, pero las enfermeras no observaron lesiones y se fueron. No hubo examinación.

En el reporte de la investigación del detenido de la celda 603 no se puede determinar cuántas enfermeras lo atendieron ni cuál fue la que deliberadamente decidió desobedecer las órdenes del médico en cuanto al medicamento. Solo se explica que una de ellas consideró que no se sentía cómoda dándole fármacos a José de Jesús, porque no se veía como que los necesitara; no detectó una amenaza, ni para ella ni para él mismo. Tampoco hay registro de algún intento para convencerlo de que se las tomara de manera voluntaria. De esto el médico no se enteró hasta que fue demasiado tarde.

Cita con la muerte

La noche del 19 de mayo transcurrió sin contratiempos. El oficial a cargo de la celda de aislamiento reportó que el detenido durmió bien y solo se quejaba de hambre.

A la mañana siguiente, el médico lo reevaluó y en la corta consulta determinó que la crisis había pasado. José de Jesús estaba tranquilo, cooperativo y arrepentido por su comportamiento de un día anterior. El diagnóstico fue psicosis temporal. Suspendió la vigilancia por suicidio, pero ordenó que lo monitorearan cada 15 minutos.

El mexicano volvió a su celda. Alrededor de las 2:00 de la tarde lo llevaron a darse un baño y poco después le dieron comida, un colchón, un uniforme y un cepillo de dientes.

Todo parecía bien. Cada quince minutos, casi siempre puntual, un guardia se asomaba a su celda y vigilaba que todo estuviera en orden. Pero a las 5:27 de la tarde, José de Jesús ya no contestó.

El guardia pidió refuerzos. Al ver que se estaba ahogando, llamó al equipo de rescate médico. Sus referencias y explicaciones se basaban en lo que se veía de la ventana; siguiendo el protocolo, no abrió la puerta de la celda.

Los otros reos se amotinaron a ver qué pasaba, pero los despacharon a sus cuartos. Llegó otro custodio, uno de mayor rango, y abrió la puerta, vio a José Jesús morado, jadeando y la volvió a cerrar. Hasta que llegó el equipo de rescate entraron los que pudieron; primero los paramédicos, después los demás. Ya habían pasado más de siete minutos desde que lo encontraron inconsciente.

En el video e la Policía de Eloy se escucha que alguien dice que el detenido está teniendo un ataque, que lo dejen. Pero no era así. Casi no tenía pulso y los signos vitales se debilitaban rápidamente. Intentaron revivirlo.

-Hurry up- gritó alguien.

Lo veían sofocarse, pero no le revisaron la boca. Estaba inmóvil. Lo esposaron y lo sometieron con un escudo. Al ver que no representaba un peligro, que José de Jesús estaba inconsciente, le liberaron las manos.

En las imágenes se ven sus últimos momentos: Está jadeando. No responde. Tiene la mirada perdida. Su rostro está hinchado, primero de color guinda y luego algo más parecido al morado. Lo mueven como si fuera un muñeco de trapo y sigue sin responder. No lucha por su vida ni en contra de ella. Está ausente. Está ahogándose. Está listo para perder la batalla.

A las 6:09 de la tarde, 42 minutos después de que lo vio tirado el guardia, José de Jesús Deniz Sahagún, de 31 años y originario de México, el reo de la celda 603, fue declarado muerto.

La autopsia

El cadáver no terminó en la morgue del Condado Pinal, como pasa con los demás cuerpos de los que mueren en custodia en ese centro de detención al sur de Arizona. Sus restos fueron llevados a la oficina del médico forense del Condado Pima para ser analizados.

Fue hasta que se realizó la autopsia que se descubrió que José de Jesús tenía una calceta color naranja atorada en la tráquea. Se determinó que él mismo se la había metido con la ayuda del mango de un cepillo de dientes de nueve centímetros. La conclusión: Suicidio por asfixia. No había otras lesiones en el cuerpo que pudieran sustentar las entonces teorías de un asesinato. Hay quienes insisten que su muerte se podría haber prevenido; otros aún sospechan de la versión oficial.

El 20 de mayo de 2015, José de Jesús Deniz Sahagún se convirtió en el séptimo caso de suicidio bajo la custodia de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) a partir de 2003; es el quinto en el centro de Eloy, el más mortal para los migrantes, según un reporte de la misma agencia federal. En total son 164 cruces las que cuelgan en los más de 200 centros de detención de las autoridades de inmigración en ese mismo periodo; la mayoría por causas naturales, pero al menos 10 por asfixia.

Entran vivos y salen muertos

Ante la controversia, el escándalo y las acusaciones, ICE ordenó que se realizara una investigación independiente por la muerte de José de Jesús. Esta determinó que se trató de un suicidio, pero reveló que hay muchas violaciones y carencias en el centro de detención administrado por Correcctions Corporation of America (CCA, por sus siglas en inglés), principalmente en el plan de prevención de suicidios, el acceso a los servicios de salud y la atención para detenidos con problemas mentales. Esta compañía es subcontratada por el gobierno federal para operar seis cárceles en Arizona y 82 más en distintos estados de la Unión Americana.

Según datos de las autoridades federales, de 2012 a 2015 se registraron 31 muertes en los centros de detención para migrantes; siete de ellas podrían atribuirse a carencias en el sistema de salud y atención médica tras las rejas, según la organización Human Rights Watch y el análisis de un reporte de la misma agencia de seguridad nacional. Esos son los casos mortales, pero hay muchas denuncias más de negligencia médica.

En el reporte sobre las muertes en custodia de ICE publicado en junio de 2016, solo hay detalles de 18 de los 31 fallecimientos… de los otros 13, nada. Sin embargo, en esos pocos casos se identifican violaciones a los estándares de las políticas de los centros de detención, pero no se implica que están directamente relacionadas con las muertes.

En las cárceles temporales de ICE se albergan solo a personas que tienen violaciones a las leyes de inmigración, no por procedimientos criminales. En promedio, 34 mil indocumentados son albergados diariamente en estos centros de detención. El de Eloy tiene más de mil 400 camas. Muchos duran años; otros, meses, y algunos, solo días, como fue el caso de José de Jesús.

Los inmigrantes que perdieron la vida bajo custodia eran de México, Honduras. El Salvador, Canadá, Jamaica, Antigua-Barbuda, Mozambique y Guatemala. Unos eran residentes permanentes; otros refugiados y algunos indocumentados. Todos tenían entre 24 y 49 años. José de Jesús encaja en este rango.

Los peligros de la frontera

De acuerdo a Pew Research Institute, en 2014 había cuando menos 11.1 millones de inmigrantes viviendo en las sombras en los Estados Unidos, la mayoría -5.8 millones- procedentes de México. Pero no todos cruzaron ilegalmente la frontera. Muchos llegaron con visas o permisos temporales que se vencieron y jamás volvieron a sus países; siguen esperando una ansiada reforma migratoria que, con el triunfo electoral de Donald Trump, los analistas ven cada vez más lejos.

Los que sí se aventuran a realizar la travesía por el desierto exponen su vida por el sueño americano. La Patrulla Fronteriza, tan solo en el sector Tucson, recupera los restos de más de 100 migrantes cada año. Los agentes aseguran que si no se los acaba el calor, los mata el narco.

De acuerdo a las autoridades federales el crimen organizado se ha apoderado también del contrabando de humanos en la frontera. Muchos coyotes son obligados a cruzar droga para los carteles y, a su vez, ellos exigen a los migrantes a convertirse en mulas del narco. Las mujeres pagan un precio más alto. Los testimonios de abusos y violaciones son el común denominador de los grupos de migrantes que pasan ilegalmente la frontera. Para los más expertos, la tortura dura poco; para los nuevos, puede durar días en el desierto y meses en una casa de seguridad.

Ahora el tráfico de humanos ya no se limita al cruce a los Estados Unidos, sino al secuestro de grupos para pedirles rescate a las familias del otro lado de la frontera. Es un negocio doble bastante redituable.

De acuerdo a migrantes que hemos entrevistado como parte de esta historia, un cruce ‘por lo corto’, fácil y sin tanto contratiempos, tiene un costo de 2 mil dólares, todo es a discreción del coyote. Pero esa es la tarifa base. Dependiendo del país del que son originarios, su capacidad económica y otros factores la cifra puede ascender hasta los cinco dígitos. Pero para muchos, la factura más cara es la vida.

El sacrificio

José de Jesús Deniz Sahagún fue uno de los que pagó el precio más alto: ser un inmigrante indocumentado con problemas de salud mental en un centro de detención con deficiencias médicas fue su sentencia de muerte.

Pero, aunque el principio de su fin comenzó el 15 de mayo en la frontera de Douglas y Agua Prieta, la investigación indica que esos problemas ya los venía cargando.

De acuerdo a una investigación de NPR’s Latino USA, el hombre de 31 años no era el siempre sonriente que describen sus hermanos y padres después de su muerte. En Jalisco, México, había sido diagnosticado con depresión temporal… pero los temas emocionales y mentales siguen siendo tabú en gran parte de una cultura considerada machista. Pocos sabían, nadie lo hablaba.

El único que se atrevió a desafiar los recuerdos perfectos de su memoria fue su sobrino Pablito. A él le tocaba ver los momentos de tristeza profunda de su tío y cómo su mirada solo se alegraba cuando veía a sus hijos. Tenía que conformarse con llamadas de Facetime, y cuando colgaba, volvía a su vida real. El pequeño relata que tenía sus momentos, pero eran más los menos.

Pero si José de Jesús los extrañaba tanto… ¿por qué los dejó?

Los hermanos de Chuy relatan que él siempre se quejaba por no haber nacido en los Estados Unidos. Quería con toda el alma ondear la bandera de las barras y las estrellas como ciudadano. Pero no fue así: le tocó batallar.

Llegó de México cuando era joven y en Nevada conoció a la que sería la madre de sus hijos. Ella tiene papeles y sus niños nacieron de este lado, pero él no pudo “arreglar”.

Cuando la crisis pegó con más fuerza en Las Vegas, también llegaron las malas noticias: Su padre estaba enfermo y necesitaba ayuda.

Rosario contó que Chuy decidió regresarse a México para estar con su padres, cuidarlos y protegerlos por el tiempo que les quedara. Primero se llevó a su familia. “Pero no aguantaron allá y se devolvieron”, explicó la hermana.

Como José de Jesús no tenía papeles para cruzar tenía que conformarse con la tecnología. Veía a sus hijos a través del celular, pero sus padres dicen que le dolía mucho perderse sus mejores momentos. Esto, dijo el médico que lo atendió, podría haber sido el detonante de sus problemas mentales. Un abrazo virtual no le bastaba.

Y tanta fue la necesidad de volver a estar con los suyos, contaron sus padres, que el día de su cumpleaños 31 hizo maleta y se embarcó en la que sería su última travesía.

Le huyó a la muerte en el desierto, pero la encontró en su celda, y la halló porque él mismo se la buscó, así lo indica el reporte forense.

En la celda 603 del “hoyo” de Eloy, a José de Jesús aseguran que lo traicionó el enemigo que traía en la mente.