Yo lo viví a través de ti

Marcó una vez y luego otra. Colgaba y volvía a insistir.

¡Ay, Dios mío!, pensaba Shaila Rosagel.

Aún estaba aturdida por la alarma y el susto. Le parecía moverse en cámara lenta, pero estaba corriendo. El tiempo le parecía eterno.

¿Cómo estarán, Dios mío?

Pensaba en su bebé de apenas unos meses, en su esposo, en la suegra y los vecinos.

No otra vez, por favor, Diosito.

El 8 de septiembre salió corriendo de su casa con su bebé en brazos, bajó tres pisos tratando de mantener el equilibrio mientras las escaleras parecían desmoronarse. La Ciudad de México estaba temblando. Era el primer sismo de su pequeña Ivanna, pero no sería el último.

Pocos días después, su bebé volvió a sacudirse con la tierra, pero ese 19 de septiembre ella no estaba ahí para abrazarla, cobijarla y arrullarla. No estaba para susurrarle al oído que todo estaría bien.

¿Por qué no contestan?

A la recién estrenada madre, el temblor de 8.1 grados de magnitud en la Ciudad de México la sorprendió en la colonia Escandón, segunda sección, muy cerca de La Condesa. Estaba en un edificio de tres pisos, que le parecía demasiado frágil, y lo era.

¿Por qué no se calla?

La alarma seguía sonando. Nada la paraba; nada la silenciaba… solo la sofocaban los gritos, el llanto y los pensamientos, esos tan fatales que con el paso del tiempo se vuelven cada vez más perversos.

¡Ay, mamita!

Cuando logró salir se mareó con la nube de polvo que lo borraba todo. No se veían los rostros ni las paredes, hasta que un transformador explotó y el estruendo la despertó a la misma pesadilla: sigue temblando.

¿Por dónde me voy, por dónde?

Shaila atravesó la Condesa, la Roma, la Juárez y la Cuauhtémoc con la prisa y la energía que solo la adrenalina y el miedo pueden dar.

¿Y si les pasó algo? ¡Ay no, no pienses, Shaila, no pienses!

Ese maratón solo logró que se le crisparan más los nervios. Edificios derrumbados por doquier, casas convertidas en polvo, escombros, cuerpos y mucha desesperación.

¡Ya hay línea, que contesten, por favor, que contesten!

Con el teléfono al hombro observó cómo las brigadas de rescate intentaban sacar a sobrevivientes de un edificio antiguo derrumbado, después se enteró que lo lograron. Pero en ese instante su instinto de reportera estaba sepultado por su devoción de madre. Nada importaba tanto como llegar a casa y saber que ellos estaban bien, que ella, su chiquita estaba intacta.

Acá todo bien.

Esas palabras le devolvieron el alma y se dio cuenta de que contenía su respiración, como si eso fuera a poner en pausa el tiempo y la tragedia, como si una bocanada de aire sostenida fuera un ancla de vida. Pudo dejar de correr, un ejercicio obligado por el subconsciente en situaciones de emergencia, y observar. Vio dolor y fuerza, y todos los contrastes que se despliegan en cada capricho de la naturaleza.

Cuando llegó a casa, todo estaba en penumbras. No había electricidad ni señal, pero estaban los suyos y nada más importaba. Los abrazó tan fuerte como pudo y recuperó la compostura.

Hay que comprar víveres antes de que se acaben y estar preparados para lo que venga.

Lo volvió a tener todo bajo control. Y así regresó la periodista, la mujer profesional que había estado sometida por los miedos más profundos que solo se descubren con la maternidad, porque solo el amor de madre puede aturdir tanto a la sensatez. Esto lo descubrió a sus casi 38 años.

Y luego pensó en todas aquellas madres que no tendrían el consuelo ni esa noche ni las que vendrían; pensó en los niños atrapados en una escuela que los rescatistas iban sacando unos con vida y otros con el cuerpo frío. Sabía que le tocaría contar sus historias y que tenía que ser firme.

Besó a Ivanna y se despidió amorosamente de él. Y volvió al ruedo.

Ese día se tragó más lágrimas que nunca; recordó a su amigo periodista Alfredo Jiménez y su misteriosa desaparición, las amenazas, a los niños de la guardería abc, a los desaparecidos de Ayotzinapa, a los niños abusados por sacerdotes, a las mujeres asesinadas y las muchas otras historias que le han hecho casi morir de impotencia.

Incluso así, cubrió todo, hasta su corazón.

Fingió ser fuerte, mantenerse en pie, censurar sus lágrimas y saborear el nudo de su garganta. No podía quebrarse, no enfrente de ellos, de los que sufren en verdad, no solo en empatía.

Sintió rencor por la complicidad de la corrupción y volvió a llorar en silencio de impotencia.

¿Hasta cuándo?

Prometió no dejar que el dolor se enfriara para evitar más lágrimas. Decidió usar su pluma como instrumento de rescate, de salvación de una sociedad que se convierte en cómplice por conveniencia, y juró que no dejará de escribir. Y yo la conozco, es demasiado tenaz. No descasará.

Y mientras ella cuenta su historia y las ajenas… hay quienes como Abby aún no pueden hablar. Les duele demasiado ver y recordar. Quizá mañana o pasado… quizá.

Mientras, volvió a temblar.

La naturaleza tampoco descansará.

Un comentario

  1. Maria Luisa Rosagel C dice:

    Me imagino como se encontraba de asustada, pues era el segundo y mas cuando estaba tan lejos, de su amada Ivanna, su bebita , quien le da animos de seguir luchando, seguir adelante en esa ciudad tan catastrofica . Te conozco y se que sacaras fuerzas para seguir adelante.

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