La travesía de unos periodistas extranjeros que desenmarañan los silencios de muros impostores en la tierra y la historia; en Arizona recorrieron esa barda por donde se cuelan los amores, los besos y los sueños.
Parte 1
ARIZONA – ¿Estás segura de que no estamos en México? Recorrían las calles con la mirada y reconocían el brillante letrero amarillo de McDonald’s, pero después, nada. Todo estaba en español, la música que sonaba era de banda y los rostros eran de distintos tono de pieles morenas y rasgos norteños. Sonreían a pesar de que su blancura desentonaba; se admiraban al ver lo que el muro aún no había arruinado. Este Nogales tiene un corazón latino, pensaban. Estaban parados en el lado de Arizona.
Venían de Israel, Palestina, Corea, Irlanda, Chipre y hasta Tijuana. Estaban desenmarañando los silencios de muros impostores en la tierra y la historia… habían visto mucho ya, pero poco como esa barda por donde se cuelan los amores, los besos y los sueños. Estaban ahí, justo en el muro que el presidente Trump quiere hacer más grande e impenetrable, en ese cerco que aparece en las imágenes internacionales, en esa frontera donde el calor era más que un número en el termómetro y estaban parados en ese pedazo entre Estados Unidos y México donde se frena el cruce, pero se entrelazan los pueblos.
Tenían un marcado acento británico, bastante intruso para los que no estamos acostumbrados, pero no se imponía… a cabo de los días se mezcló con un poco de tonito mexicano. Eran de Gales, en el Reino Unido, e Irlanda y por unos días cambiaron la lluvia por el desierto y el cielo gris por uno azul intenso; al final, no se querían ir. Estaban filmando un documental que le dará la vuelta al mundo que desvelará las historias humanas que hay de los dos lados de los muros más importantes en el mapa. Su próxima parada será Alemania.
Escribo sobre estos periodistas europeos hoy y lo seguiré haciendo por un par de semanas, porque ver la frontera a través de sus ojos es descubrirla de nuevo, quitar la venda de los prejuicios y olvidar la letanía que hemos cantado por años siguiendo los protocolos políticos.
Su inocencia migratoria hizo que quienes los acompañamos en esta travesía volviéramos a sentir la compasión de la que nos habíamos hecho inmunes al contar historias como meras retahílas.
Mientras sus miradas se nublaban con lágrimas, las nuestras desbordaban asombro. No entendían una palabra alguna en español, pero no necesitaban traducción en el lenguaje del amor: ese de un padre y un hijo intentando juntar las palmas a través de una valla, de una madre tarareando una canción en honor a su hijo desaparecido al cruzar de manera ilegal, de un grupo de migrantes que se la juega poniendo agua en el desierto o de un alguacil que observa paciente a familias en el muro a pesar de su placa.
Ahora a ellos nadie les cuenta cuál es la realidad de la frontera; ya la vivieron. Pero a mí me toca contar la de ellos… y lo haré.