Los periodistas extranjeros y su encuentro con Camerina, una mujer con papeles, cuyo estado no la libró de convertirse en una víctima del sistema, la frontera y el desierto… su hijo tampoco se salvó.
(Redescubrir la frontera- Parte 2)
ARIZONA – Traía un vestido floreado que había cosido ella y unos tacones que combinaban con su elegancia matutina. Se frotaba las manos con frecuencia y se acomodaba el cabello corto que se empecinaba en cubrirle la mirada. Estaba nerviosa: le dolía recordar al que piensa todos los días. Hacía mucho que no veía esas fotos que esconde para que no la ataquen las dudas y la culpa. Esa mujer, Camerina, no sabe aún si su primogénito se murió en el desierto, si lo mataron o se fue solo; no sabe nada, solo que desapareció hace cinco años y no ha vuelto.
Los ojos de los periodistas europeos la recorrían con admiración. No sabían cómo podía guardar la compostura después de haber perdido al hombre que le había dado un nieto idéntico a él; ahora ella lo cría, pidiéndole a Jehová que no se lo arrebate a él también.
En su casa, en Tucson, Camerina mostró aplomo frente a las cámaras. Quiso contar su historia en ese documental europeo para enseñarle al mundo cómo los muros destruyen familias. Ella es ciudadana estadounidense, pero incluso con la protección de los papeles, también es víctima del sistema, la frontera y el desierto; se convirtió en una estadística más de esos a los que nunca les encuentran el cuerpo.
Aguantó una pregunta tras otra, en inglés y en español; sofocaba el llanto y si una lágrima se atrevía asomarse, la limpiaba al instante… pero el amor y los recuerdos la hicieron flaquear.
“Yo te quiero más que a mis ojos, yo te quiero más que a mis ojos”, tatareó y rompió en un llanto que nos arrebató las lágrimas a todos; era necesaria una pausa para recuperar la compostura. El dolor de madre se cuela por todos los sentidos y nadie es inmune a él, ni nosotros.
“…pero quiero más a mis ojos, porque mis ojos te vieron”, siguió cantando para recordar esa melodía que le dedicaba a su hijo desde que estaba en el vientre.
Sin poder disimular ya que su rostro se bañaba en lágrimas y los labios le temblaban más que las manos, me sostuvo la mirada y prosiguió hablando -en español- de ese hijo al que no se cansa de buscar.
Sin embargo, mis colegas europeos aún no podían recuperarse. A pesar de que no entendían lo que Camerina decía, podían interpretar el lenguaje del amor y todos los matices de sus dolores. Y ese llanto, esos ojos tristes, esas manos tensas, no necesitaban traducción. El alma ya estaba partida.
Ellos nunca habían visto de frente el verdadero rostro de la frontera de Estados Unidos y México. No entendían de esos imponentes puertos de entrada, los despliegues de uniformados en retenes de inspección ni el constante acoso de los agentes de inmigración. Esa no es su realidad, es la nuestra, y teníamos que contársela con las historias que no se mueren en el cementerio de los discursos políticos o estadísticas oficiales alteradas. Esas lágrimas de Camerina no eran “datos alternativos”; ella no es la escoria que dicen algunos que ha mandado México. Ella es una orgullosa portadora de la bandera de las barras y las estrellas cuya familia sigue divida por un cerco.
Ella está aquí, los suyos allá… y su hijo, ¿dónde?