A una la conocemos de memoria… pero no estábamos preparados para la otra. Irónicamente, entre ellas, un vehículo de la Patrulla Fronteriza protegía ambas.
(Redescubrir la frontera, Parte 3)
ARIZONA – Vimos las dos. Estaban separadas por un camino de terracería de un solo sentido. Una vieja, oxidada y custodiada; la otra imponente, decorada y amenazante. Esas son las dos fronteras de Arizona. La primera, la tradicional, y la segunda, virtual. No se sabe cuál esconde más muertos.
Estábamos recorriendo el desierto cerca de Bisbee en espera de un ranchero conservador de ideología antiinmigrante. El hombre, un poco mayor y de piel curtida, dijo que por su terreno han pasado cientos de miles de indocumentados y el rastro que dejan, aseguró, es de sangre, violencia y miedo. No quiere a los que se brincan el muro y odia a los que rompen sus cercos. Está harto de verlos escabullirse entre matorrales y esconderse en esas sombras en las que duran años y generaciones, y de las que solo podrían salir con una “amnistía”.
Su retórica nos acompañó todo el trayecto como un fantasma.
Quisimos despejar la mente y el corazón.
Nos alejamos de la civilización y decidimos explorar el atardecer cerca de ese muro cómplice de la necesidad, los negocios y los sueños. Caminamos entre alhuates y mezquites, pero las espinas nos llegaron en forma de banderas de barras y estrellas. Arriba de una pequeña loma, a campo abierto, las vimos. Estaban una junto a la otra. Una muda y la otra gritando por atención. A la primera la conocemos de memoria… pero no estábamos preparados para la segunda. Irónicamente, en medio, un vehículo de la Patrulla Fronteriza protegía ambas.
“God bless America, the land that I love!”, decía la primera barda espectacular de esa frontera virtual que estaba a tan solo unos pasos de México. A un lado: “Save the United States”; a un par de metros: “Secure de border first”!”. Todos los mensajes adornados con cientos de banderas estadounidenses pequeñas incrustadas en la pared, como si fueran una macabra obra de arte coronada con una copia del Tratado de Guadalupe. Tétrico.
En una de las bardas había un letrero de “no trespassing” y una fotografía del “artista” que edificó tal monumento para alejar a los invasores extranjeros. Lucía intimidante.
¿No está México también en América?, pensé. ¿Y Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Venezuela? Quizá este hombre nos quisiera bendecir a todos, aunque lo dudo.
El lugar estaba desierto, pero se podía respirar el odio, la intolerancia y la amenaza. La piel chinita y los sentidos agudizados. Uno, aquí, con todas las de la ley, pero con piel morena, no podía dejar de sentir miedo.
Los europeos, rubios y de ojos claros, se espantaron al sentirse atrapados entre los dos muros. Ellos también eran extranjeros, pero a ellos nadie los veía feo. Ellos no eran ni serán el blanco.