Atormentadas: Las madres encerradas o deportadas

ARIZONA – Gredis Alvarado tiene nueve meses sin ver a sus dos niñas. La mujer está en su casa en Guatemala y ellas en algún lugar de Texas. Llegaron juntas a la frontera de Estados Unidos, pero terminaron encerradas en centros diferentes. Alvarado es una de las cientos de madres que fueron separadas por las autoridades federales bajo la política de tolerancia cero de la administración Trump. Ella terminó con un boleto de regreso y las pequeñas, de 2 y 5 años, en un limbo, a merced de los agentes de inmigración. ¿Cuándo las voy a volver a ver?, ¡¿cuándo?!, pregunta. Sigo sin saber qué responderle.

Yeni González es otra guatemalteca que estuvo semanas encerrada en el centro de detención de Eloy sin sus tres hijos. Gracias a una campaña de recaudación de fondos en internet pudo pagar la fianza para salir y atravesar Estados Unidos en busca de sus pequeños. De Arizona se embarcó en una odisea hasta Nueva York, en donde, tras 45 días separados, pudo abrazar a los suyos… pero así, de poquito y de lejitos. Ella tiene que esperar que el proceso le ayude a recuperar a sus hijos y eso puede tardar meses. La mujer está varada –irónicamente- en la ciudad que alberga la Estatua de la Libertad. ¿Hasta cuándo?, pregunta. Uno tampoco sabe qué responderle.

Mircy López lloró cuando vio a su niño de 3 años, después de haber sido forzada a pasar cuatro meses lejos de él. Su llanto era una mezcla de alegría y frustración; estaba contenta por verlo bien, fuerte y sano, pero la decepción nubló el reencuentro cuando el pequeño no la reconoció tras tantas semanas de ausencia. El corazón se le rompió. Se alejaron de Arizona, pero esos recuerdos dolorosos se fueron con ellos. Ahora están en Florida buscando una nueva vida, pero marcados por el trauma de la separación. ¿Lo superaremos?, pregunta la guatemalteca. Uno solo piensa “no sé”.

Estos son los nombres y apellidos de las madres de la frontera, casi todas guatemaltecas que –dicen- huyen de la miseria y la violencia. Estos son los rostros de las estadísticas de inmigración. Esta es la realidad de cientos de mujeres y más de 2 mil niños que han sufrido una separación familiar que arrastrarán de por vida. Pocas han vuelto a ver a los suyos y muchas menos a saber de ellos; la mayoría aún están en detención, rezando por el bien de sus hijos, esos a los que –aseguran- les quitaron sin oportunidad de decir adiós.

Las madres que siguen en ascuas tienen marcado el calendario: 26 de julio. Esa es la fecha en la que un juez ordenó que los hijos sean reunificados con sus padres, adentro o afuera de detención. El primer plazo se venció esta semana, cuando los menores de 5 años debían volver a los brazos de los suyos, pero no todos lo hicieron, faltan 46; hay contratiempos legales que complicaron sus casos; obstáculos que las convierten en madres sin hijos, deportadas o encerradas, culpables e inocentes, desesperadas o necesitadas, pero siempre atormentadas.

¿Valió la pena?, se preguntan. La respuesta es siempre la misma: “No sé”.