Las mentiras presidenciales

ARIZONA – Donald Trump sigue en campaña, es el presidente-candidato. Cada discurso lo convierte en un mitin; no separa el Estado del partido ni la ambición del deber. Tampoco se esfuerza en disimular. En el Informe de Gobierno y en su reciente visita a El Paso, Texas, dejó asentada su búsqueda por una reelección y el estandarte de su contienda volverá a ser la frontera. ¿No se cansa? No… ni sus simpatizantes tampoco; bien dicen que cuando uno tiene hambre de creer, no le importa indigestarse de mentiras.

El Ejecutivo dio el mensaje presidencial lacerado por los gestos impregnados de sarcasmo de los demócratas; los rostros de escepticismo de los republicanos moderados y las caras de fanatismo de sus fieles seguidores conservadores. Extremos sin camuflaje.

Habló de economía y salud, de seguridad nacional e historia, pero se empecinó en la presunta crisis que –dice- podría devorar los valores americanos si no se construye un muro en la franja que separa a Estados Unidos con México, sí, esa crisis inventada que llama “emergencia nacional”; una crisis que está más en su cabeza que en la línea fronteriza. Al empresario le hace falta revisar mejor los números: No es que hayan disminuido las aprehensiones por el muro, es que ahora cruzan por otro lado.

“Así de sencillo, los muros sí sirven, los muros salvan vidas”, dijo el presidente en su discurso para justificar su insistencia en que el Congreso apruebe cientos de millones de dólares para construir no solo la barda, sino su promesa de campaña. Los legisladores federales no se deciden y el reloj sigue avanzando. Mientras, el pueblo se intimida por las mentiras, los partidos se envalentonan en una batalla política: Nadie gana; todos fingimos que poco perdemos.

Esta vez, Trump intentó tocar las fibras del sentimentalismo de aquellos que han desafiado sus posturas tan radicales a la hora de hablar de los migrantes. Enmascaró su retórica con una empatía que a leguas se notaba forzada.

“La tolerancia ante la inmigración ilegal no es compasión, es realidad, es muy cruel”, sentenció. Pero, ¿no es más cruel la separación de los niños de sus madres o las rupturas familiares en la frontera? ¿Acaso no es más perverso negar el derecho nato de migrar? ¿Cómo se le quita lo despiadado a un sistema que pareciera ser una calle sin salida y no un mapa a la tierra de las oportunidades? ¿No es más salvaje tacharlos a todos de asesinos, violadores y narcotraficantes? ¿No es más inhumano sentenciarlos a muerte por ser indocumentados?

Además, esta administración se ha caracterizado por vociferar a favor de la migración legal, mientras se van eliminando poco a poco las vías para seguir este camino. Hacer las cosas bien tampoco es fácil, de hecho sería imposible para cientos, sino fuera por si derecho al asilo. Pero de eso no habló en el Informe. No. Prefirió omitir las restricciones a las visas de trabajo, la “discreción” otorgada a oficiales para negar al por mayor permisos de turistas o las trabas para llegar a la ciudadanía; no entró en detalles de las órdenes ejecutivas que atacan a residentes permanentes por sus lugares de orígenes, que eliminan lotería de visas o intentan acabar con las peticiones familiares. No. Ahí se hace el silencio. No hay que hablar de eso, ¿no? Al presidente no le importa y al candidato no le conviene.

Pero, presidente, si quiere hablar de esto, hagámoslo. Hablemos de inmigración sin tapujos, con números, rostros, caravanas e historia; hablemos de fronteras con los negros y blancos, y los millones de grises. Hablemos de muros, sus cuerpos y sus secretos. Pero hablemos bien: Sin mentiras presidenciales. ¿Quizá en el próximo Informe? No lo creo.