Soy contadora de historias; para eso nací. Mis dedos se expresan mejor que mis labios, quizá será que hay algo mágico en desvelarse martillando el teclado. Unir palabras una tras otra es lo que mejor sé hacer; a veces me cuesta hilarlas, pero siempre terminan cediendo a las ideas enmarañadas en mi cabeza. ¡¿Qué puedo decir?! Tengo mucha suerte: soy periodista.
Tengo las raíces echadas en un pueblo mágico que me heredó sus letras -con todo y tildes y virguillas-, me prestó a sus mártires y sus santos, a su candidato asesinado y a la dolorosa leyenda de los cuervos. Me críe entre preguntas y oraciones tratando de entender la impotencia, la fe y el clamor de justicia, y descubrí que la vida solo tenía sentido si la escribía… ahora es lo que hago: inmortalizar dolores y momentos.
Creo en el poder de las palabras; si se juntan en el orden adecuado, con sus comas y sus signos, pueden ser peligrosas: desvelan, exponen, desnudan, calan, duelen, provocan, evocan recuerdos y despiertan emociones; mi misión como periodista es que no se las lleve el viento. Por eso estoy aquí, en Prensa Arizona, porque aún me falta mucho por contar. Me rehúso a dejar que se pare la imprenta y se seque la tinta. No quiero dejar de ver titulares con acento.
Hoy me uno a un equipo de profesionales hispanos que tienen las mismas ganas de salvar el periodismo en español una palabra a la vez. Quizá somos muy idealistas, pero es parte de nuestra naturaleza. Queremos hacer un periodismo independiente, transparente, con ética, sin censura, sin miedo y con mucho valor. Creemos en el poder de la prensa local, en sus habilidades para destapar casos de corrupción, en su compromiso de informar con datos duros, en su ánimo de entretener, en su labor de educar y en su afán de buscar la verdad. Lo creemos con la pluma y el corazón.
No dejaremos que la prensa en español muera, no aquí, no en casa, no en Arizona, no en una frontera donde la verdadera crisis sería la falta de información verificada. Como periodistas no podemos ser testigos de esta eutanasia del idioma y la tradición. No podemos cruzarnos de brazos. No debemos permitir que alguien más cuente nuestras historias a su conveniencia. No podemos darnos el lujo de que la noticia solo llegue a unos cuantos. No. Aún hay millones de rostros por describir, momentos por relatar, datos por verificar, reportajes por investigar y cloacas por destapar.
Prensa Arizona es nuestra hoja en blanco; quizá me toque llenar algunas de sus páginas con las historias de la gente, lo que cuentan los migrantes y lo que ocultan los políticos. Sé que mi firma estará en reportajes que duelen o que inspiran; así es mi pluma, terca como yo, de nada a medias.
Vuelvo –confieso- no por la mera necesidad de informar, me han traído los recuerdos. Hace 10 años llegué a Arizona con una libreta, un cigarro y mucho miedo, y ahí estaba él, el hombre ojiazul que había convertido un boletín en un periódico con causa: de y para la gente. Él me enseñó de la vida y yo le di lo poco que tenía de mis letras. Hoy regreso al periodismo impreso para honrar su memoria: Prensa Arizona es mi nueva familia editorial.
Qué ganas de empezar de cero; qué ganas de escribir, cuestionar y publicar; qué ganas de imprimir; qué ganas de hacer periodismo del bueno; qué ganas de que todo nos salga bien.