Marcó una vez y luego otra. Colgaba y volvía a insistir. ¡Ay, Dios mío!, pensaba Shaila Rosagel. Aún estaba aturdida por la alarma y el susto. Le parecía moverse en cámara lenta, pero estaba corriendo. El tiempo le parecía eterno. ¿Cómo estarán, Dios mío? Pensaba en su bebé de apenas unos meses, en su esposo,…